Después de tanta hambre como pasó en los últimos días, al fin el solitario cuervo encontró un plato de su agrado. Nada de frutos silvestres, se acabó el régimen vegetariano, era un plato hecho para él. Se trataba de una hermosa cabeza de carnero, con solo un par de días muerta, estaba lo que se dice en su punto. Los pequeños trozos de carne pegada al cráneo serían el aperitivo, para así abriendo pico.
El aroma era delicioso, la textura exquisita y el sabor… ¡ay el sabor!, el sabor era de alta cocina.
Arduo trabajo le costó llegar hasta el cerebro, el gran plato. Lo comió deleitándose. Comió tanto que apenas pudo levantar el vuelo para posarse en una pequeña atalaya donde asentar tan grata comida, al mismo tiempo que vigilaba el sabroso postre. Un postre muy gelatinoso; su preferido: los ojos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario